Mi llegada, abril de 2017
- Marta
- 15 abr 2017
- 3 Min. de lectura
Hoy hace justo dos meses que llegué a Brasil, menos de un mes desde que me instalé en Atalaya del Norte, mi nueva misión, y ya estoy intentando poner por escrito mis impresiones sobre esta tierra, su gente y el servicio que la Iglesia me ha encomendado. Desde luego me parece bastante osado, van a ser más que nada las pinceladas de una recién aterrizada, todavía estoy llegando, como dicen por aquí. No he tenido tiempo de más.
He acabado en este rincón del mundo porque Adolfo, en su primer viaje como obispo a España contactó con nuestra comunidad de laicos misioneros javerianos de España para hacernos partícipes de las necesidades de la diócesis del Alto Solimões y de su sueño de trabajar juntos en esta tierra sagrada de la Amazonía. El lugar que él tiene reservado para los javerianos es la ciudad y parroquia de Atalaya del Norte. De momento aquí estoy abriéndome camino y esperando que en algún momento vengan refuerzos de la mano de los misioneros javerianos para trabajar juntos en esta misión.
Mi servicio principalmente será ser presencia de Iglesia con los indígenas que por diversos motivos han dejado las comunidades y ahora viven en la ciudad. ¿De qué manera se va a concretizar? Pues todavía no lo sé, lo primero que hay que hacer es un análisis de la realidad, establecer junto con ellos las prioridades y ver qué podemos hacer con nuestras fuerzas. De momento, apenas he tenido tiempo de conocer y presentarme a los líderes.
Atalaya del Norte es el municipio más occidental del estado de Amazonas, y es la puerta de entrada a la tierra indígena del Valle del Javarí, donde viven seis pueblos indígenas (Marubo, Mayoruna, Matis, Kanamarys, Kulina y Korubo), además de otros grupos todavía sin contactar o aislados.
Hay dos cosas principales que marcan la vida en esta región (y en toda la diócesis), el río y la frontera, con todo lo que eso conlleva. En Atalaya, el río Javarí es la principal vía de transporte y comunicación, tanto hacia el Valle del Javarí y las comunidades indígenas, como hacia abajo con el resto de la diócesis. Y al mismo tiempo es frontera natural, el margen derecho del Javarí corresponde a Brasil y el izquierdo a Perú.
Yo estoy fascinada con lo que voy descubriendo de la realidad indígena. He tenido el privilegio de participar en la V Asamblea de la Unión de Pueblos Indígenas del Valle del Javarí; que se celebró en la aldea Nova Esperanza del río Pardo (afluente del río Curuça), justo a las dos semanas de llegar. No he podido tener mejor inicio de misión, me ha permitido experimentar lo que supone viajar cinco días río arriba para llegar a una aldea, de compartir un poco la vida en una comunidad. He conocido y me he presentado a líderes de aldeas de los cinco mayores grupos indígenas, les he escuchado discutir sobre el contexto actual y las dificultades a las que se enfrentan por la política del gobierno federal de Brasil. He tenido la oportunidad de compartir el sentido de mi presencia y servicio en Atalaya del Norte, y de alguna manera, ellos me han dado su bendición.
No es un momento fácil y ellos son conscientes del reto que supone la vida en la ciudad, de la gran distancia (y no solo geográfica) que hay con las comunidades, de los desafíos que conlleva convivir con la cultura de los nawa (los no indígenas). Por ello, están contentos de los pasos que la Iglesia católica está dando en respuesta a la petición de una presencia cercana, conocedora la realidad, que comprende a los pueblos indígenas, que camina junto a las comunidades contribuyendo la conservación y valorización de la propia cultura, promoviendo de espacios de interacción y participación, que formularon en el encuentro con los pueblos indígenas de la Red Eclesial Panamazónica; y mi presencia ha sido bien acogida. Yo estoy aquí para sumarme a sus esfuerzos y luchas, para ser una más con ellos y compartir mi vida. Veremos si entre todos somos capaces de construir algo juntos.
Nunca hasta ahora había sido tan consciente de lo que quiere decir el papa Francisco cuando habla de una Iglesia en salida. Espero ser capaz de desprenderme no sólo de cosas materiales sino también de todo lo accesorio de mi fe para poder vivir el mensaje de liberación de Jesús con los pueblos indígenas del Valle del Javarí.

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